Menem-Cafiero 1988: la última gran interna del PJ, una práctica que sucumbió al imperio de la lapicera

La disputa entre los dos gobernadores fue como una PASO no obligatoria; el riojano apeló a su carisma y el bonaerense a la estructura partidaria, pero no le alcanzó

“¿Vio lo de Menem, Jorgito?… Creo que esta está para él”. Antonio Cafiero cavila mientras mira por la ventanilla del avión oficial de la provincia de Buenos Aires. “Le va muy bien al Turco, Jorgito -sigue- y por ahí es lo mejor para la Argentina… porque las cosas que se tienen que hacer en el país… no son para mí”.

“Jorgito” es Jorge Telerman, que por entonces tenía 33 años y era el jefe de prensa de Cafiero. Avanzaba el invierno de 1988 y ambos volvían de un acto de campaña en Formosa. El por entonces gobernador bonaerense presentía la derrota y dejaba registro de ello en su diario, que después convertiría en memorias. Él que se sentía el heredero de Juan Domingo Perón y que para todos era el presidente puesto, inesperadamente veía que el sueño se le escurría de las manos por la irrupción aluvional de Carlos Menem en la gran política nacional.

La interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero
La interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero

El peronismo estaba a punto de protagonizar, por primera y última vez en su historia, una interna a presidente. Sin el dedo de Perón para definir las candidaturas, el PJ buscaba -tras la derrota de 1983- coronar el proceso de la “Renovación Peronista” mediante una fórmula elegida por el voto directo de sus afiliados, en una suerte de “primaria no obligatoria”. Tan excepcional fue ese proceso para el Justicialismo que recién este año podría repetirse el mecanismo de elección popular de candidatos si el Frente de Todos finalmente decide someterse a una PASO. Aunque la alternativa pierde color conforme se acerca la inscripción de listas, porque hay sectores que quieren la lapicera en manos de Cristina Kirchner.

El precandidato presidencial del Justicialismo, Carlos Menem, aparece junto a su compañero de fórmula, Eduardo Duhalde
El precandidato presidencial del Justicialismo, Carlos Menem, aparece junto a su compañero de fórmula, Eduardo DuhaldeMarcelo Seteton – DyN

En la interna Menem-Cafiero votaron, el sábado 9 de julio de 1988, 1.544.949 afiliados. El primero se impuso por una diferencia de 121.757 sufragios (53,4% contra 46,6%). El caudillo riojano, un personaje extravagante, esotérico y muy seguro de sí mismo, en muy pocos meses dio vuelta la historia.

Para toda la estructura partidaria, Cafiero (que había ganado la provincia de Buenos Aires en septiembre de 1987) era la gran promesa para los comicios de 1989, frente a una crisis económica indomable que, devenida en hiperinflación, sería terminal para Raúl Alfonsín.

El bonaerense se había catapultado a la escena nacional tras encabezar la Renovación del PJ y romper con la conducción ortodoxa del partido, encarnada en los sectores de Herminio Iglesias y del metalúrgico Lorenzo Miguel, líder de las 62 Organizaciones.

Antonio Cafiero y José Luis Manzano, el 9 de julio de 1988
Antonio Cafiero y José Luis Manzano, el 9 de julio de 1988LA NACION

Junto a él también aparecían, al frente de la Renovación, el porteño Carlos Grosso, el mendocino José Luis Manzano (hoy devenido en un super hombre de negocios internacional), el cordobés José Manuel De la Sota y el otro gobernador del grupo, el riojano Menem, que por entonces mezclaba el look de Facundo Quiroga con camperas de cuero de colores variados. Si para toda la dirigencia peronista Cafiero era el candidato natural, Menem no lo entendía así: a la mañana siguiente de que el bonaerense se alzara con la gobernación de Buenos Aires, el conurbano amaneció empapelado con una foto de la sonrisa del caudillo y la frase “Ahora unidos, ahora Menem”.

En aquella interna, la campaña se jugaría fuerte en la calle, con una guerra de afiches y un duelo de “caravanas” populares. No había redes sociales y todavía se usaba el proselitismo más básico y territorial. Cafiero tenía en su equipo al histórico publicista del peronismo, Enrique “Pepe” Albistur, que en 1987 le había diseñado el eslogan ganador y que desde entonces siempre trabajó como creativo del PJ: de Menem a Néstor Kirchner; de Cristina a Alberto Fernández. “Me acuerdo que hicimos un afiche con la cara de Cafiero y al otro día le habían tapado los ojos pegando encima una franja con el nombre de Menem, se hacían esas cosas”, recuerda Albistur ante LA NACION.

Menem, que entendió que tenía que ir a buscar los votos del conurbano, en mayo de 1988 estrenó el primer modelo de “menemóvil”, según una breve crónica de Clarín que bautizó así al viejo ómnibus acondicionado con un balcón en el frente para que el riojano, con el poncho colgado de un hombro y los brazos en alto, saludara como un pastor a sus fieles mientras vociferaba el imperativo “Síganme” ante una multitud.

Pero esa campaña también pasaría por los sets de televisión. Allí tallaban líderes de opinión como Bernardo Neustadt y Mariano Grondona y comenzaban a resultar apetecibles para la política pantallas como la de “La Noche del Domingo”, con Gerardo Sofovich, y “Badía y compañía”. En el libro sobre su vida, Cafiero recuerda que mientras él apostaba a la formación de cuadros técnicos y a la discusión filosófica sobre el futuro del peronismo, Menem aprovechaba astutamente las imitaciones que hacía de él Mario Sapag.

Quienes formaron parte de su campaña creen que Cafiero, en un culto al institucionalismo, le dio demasiadas ventajas al riojano. Y que la primera de ellas fue, justamente, habilitar la interna, cuando la gran mayoría de la dirigencia no discutía su liderazgo. Pero Cafiero estaba demasiado preocupado por evitar fisuras. “Llegamos a la reunión del PJ donde se iba a fijar la fecha de la interna y ya estaba todo cocinado, así que yo ya tenía escrito el comunicado oficial. Cuando Antonio lo vio, se enojó. Me preguntó cómo íbamos a tener el texto de antemano si la reunión todavía no había ocurrido. No quería hacer nada que irritara a Menem”, recuerda Telerman.

Carlos Saúl Menem: cartel publicitario "Siganme", febrero de 1989
Carlos Saúl Menem: cartel publicitario «Siganme», febrero de 1989LA NACION

Desde el búnker que armó en Suipacha al 400, Cafiero soslayó la capacidad de Menem, cuya ambición por llegar a la presidencia era el motor de su vida. Con el establishment, los editorialistas y la estructura partidaria -más la buena sintonía con Alfonsín- el bonaerense daba por descontado que su destino era Balcarce 50.

Pero Menem no perdía el tiempo y siempre estaba de campaña, como cuando se lo veía con traje blanco en la primera fila de un teatro de revistas o cuando lograba que hablaran de él los periodistas de chimentos. Afecto a la clarividencia, no le importaba que lo caricaturizaran por sus patillas anchas ni que lo bautizaran como el curandero gaucho “Pancho Sierra”. De la Sota lo llamó “Madre María”. La prensa lo calificaba de mesiánico, de playboy, de populista, pero él había aprendido a usar esos adjetivos a su favor. El riojano le decía a cada uno lo que quería escuchar y abusaba de las frases ambiguas y los lugares comunes. “Hace falta mucho amor, honestidad, talento y la dosis de audacia necesaria para encarar los problemas más difíciles que puede plantear la vida”, decía en una entrevista con Juan Alberto Badía y Mario Mactas ese año.

Menem en River Plate

Pases y alianzas

La conformación de las fórmulas de 1988 -que después jugarían la campaña definitiva al año siguiente- fueron cruciales para configurar el mapa del peronismo. Cafiero poroteaba apoyos y concluía que tendría a su favor a Córdoba, Capital Federal, Río Negro, San Juan, Santiago del Estero, Jujuy, Misiones, Tierra del Fuego, Chubut, Santa Cruz, Salta y Formosa. “Con la provincia de Buenos Aires hacemos un paquetazo”, anotaba en su diario, de acuerdo a su libro “Militancia sin tiempo, mi vida en el peronismo”. “Todas estas conjeturas apuntan a que, a pesar de que puede haber sorpresas, mi candidatura sería un hecho”, se confiaba.

Pero a mediados de febrero se abriría el primer punto de fuga con el salto de Eduardo Duhalde, intendente de Lomas de Zamora, a las huestes del riojano. “Duhalde se pasó a Menem con conferencia de prensa y todo. Canalla”, escribía Cafiero sobre su primer desertor. Hay varias versiones sobre la decisión del lomense. Alguna vez Duhalde dijo que palpaba en la calle que a la gente le “gustaba” Menem y que eso le alcanzó. Otra versión indica que quien los acercó fue Alberto Pierri, por entonces empresario papelero y proveedor de boletas del peronismo. El riojano y el bonaerense después terminaron peleados a muerte: el primero nunca cedió en su vocación de poder (al punto que quiso ir por la “re-reelección) y siempre bloqueó la posibilidad del segundo de ser su sucesor.

Antonio Cafiero y José Manuel De la Sota, el 9 de julio de 1988
Antonio Cafiero y José Manuel De la Sota, el 9 de julio de 1988LA NACION

La elección del compañero de fórmula de Cafiero, en cambio, estuvo mucho más intervenida por el partido. “El tema Nº1 es la vice, ahora que el Turco lo eligió a Duhalde”, escribía Cafiero. Las 62 Organizaciones querían que eligiera a su par de Santa Fe, José María “Tati” Vernet. El gesto hubiera significado hacer las paces con el poder sindical del viejo peronismo. Pero una mañana, los “renovadores” Manzano, De la Sota y Grosso entraron como una tromba en la oficina de Cafiero en La Plata y, exagerando su rupturismo (habían bautizado “rama seca” a la rama sindical), lo amenazaron con “hacerle una conferencia de prensa” y dejarlo solo si designaba a Vernet. “Ellos querían que fuera Grosso. Finalmente Cafiero, para no nombrar ni a uno ni al otro, eligió De La Sota”, recuerda Telerman.

Menem, que era pragmático antes que renovador, terminó atrayendo a sus filas “las 62″ e inclinó la balanza otro poco. Es que el riojano juntaba apoyos sin demasiados pruritos. En el “mundo Menem”, el gremialismo ortodoxo podía mezclarse con “la gloriosa Jotapé” mientras se consolidaba su ecléctico “entorno” con figuras como Julio Mera Figueroa (asesor del caudillo catamarqueño Ramón Saadi) y Juan Carlos Rousselot (hombre fuerte de Morón), además de su hermano, Eduardo Menem, una figura fundamental para el candidato. También los empresarios Eduardo Bauzá Alberto Kohan, que eran la clave de su financiamiento y se convertirían en sus “apóstoles”. La mayoría recibiría cargos más adelante.

Cuartel general de Menem, el 9 de julio de 1988
Cuartel general de Menem, el 9 de julio de 1988LA NACION

Quien también apoyó incondicionalmente al riojano fue el gastronómico Luis Barrionuevo -”Yo formo parte del staff de su intimidad”, se jactaba- al punto que se le atribuye haber aportado los recursos para el acto de cierre de campaña que Menem hizo para 60.000 personas nada menos que en el estadio de River, meses antes de que a ese escenario llegaran los conciertos de Amnesty Internacional con Sting, Peter Gabriel y Bruce Springsteen. A aquel acto en el Monumental asistió la plana mayor del gremialismo. Con campera de cuero blanca, Menem hablaba con dos micrófonos y proclamaba: “No quiero más convidados de piedra, no quiero más hermanos que se los utilice para que algunos políticos den respuesta a sus intereses”.

El riojano, aún siendo gobernador, se presentaba como un “outsider” y un “antisistema”. Como Javier Milei hoy, que en La Rioja se abrazó al apellido Menem con un sobrino del expresidente como candidato libertario. Para cuando llegó aquel acto triunfal en River, el fenómeno Menem ya era arrasador. Cafiero empezaba a angustiarse. “¿Será todo mentira lo que hemos construido? No puede ser”, escribiría en sus memorias el domingo de Pascuas de ese año.

Cafiero reconoce la derrota, casi llorando

Por entonces, las encuestas de opinión eran una herramienta moderna que ganaba terreno en la política. “Pepe” Albistur recuerda la mañana en la que visitó a Cafiero a la gobernación con Leonardo Di Pietro (actual secretario de Empleo en el ministerio del Trabajo de Fernández) y el encuestador Julio Aurelio para mostrarle sondeos que marcaban un triunfo rotundo del riojano. ”Cafiero no lo terminaba de creer. Yo le dije que teníamos que hacer la gran Saadi y aplazar la elección para tener más tiempo para repuntar. Antonio no era capaz”, contó Albistur a LA NACION.

Finalmente sería Menem el que pediría aplazar la fecha de la elección, que originalmente estaba pautada para el 26 de junio. El rumor que corría entonces era que el riojano lo hizo por recomendación de una espiritista, aunque la lógica indica que quería seguir caminando la curva ascendente de las encuestas. Para el 21 de junio, la disputa por el día de los comicios estaba en plena ebullición en la Justicia Electoral. Cafiero accedió a realizar una audiencia de conciliación y ofreció mover la fecha una semana. Pero Menem rechazó la propuesta y logró fijar los comicios recién para el 9 de julio.

Menem y Cafiero en una reunión el 23 de octubre de 1988
Menem y Cafiero en una reunión el 23 de octubre de 1988Télam

La otra ventaja que le dio Cafiero a Menem estuvo en la relación con la Casa Rosada. El riojano había interpretado la magnitud del cambio que la sociedad exigía y que los aires de la primavera alfonsinista se habían disipado. El bonaerense, en cambio, era más medido en sus críticas al gobierno y activaba reuniones secretas con el mandatario radical para intentar ayudarlo. Los encuentros que cada tanto eran filtrados a los diarios. Incluso llegó a poner a sus economistas a disposición del jefe de Estado.

“La ola venía a favor de Menem. Pero ciertos referentes renovadores fueron muy endogámicos y se equivocaron. Cafiero dio la interna pese a que no se lo aconsejaban y no se arrepintió de haberlo hecho. Tampoco se arrepintió de haber ayudado a Alfonsín en los momentos difíciles. Después fue el único peronista invitado a hablar en el sepelio del expresidente radical”, dijo a LA NACION Carlos Campolongo que por entonces era un reconocido periodista de radio y televisión, pero también un consejero del gobernador bonaerense.

El triunfo en el balcón de la Casa de La Rioja

El día de la elección, Menem esperó los resultados en la Casa de La Rioja. Según escribieron Alfredo Leuco y José Antonio Díaz, el candidato, su esposa Zulema, sus hijos Zulemita, Carlos Jr., Duhalde y su esposa, Chiche, cenaron salmón, caviar, paté de La Maison y tarta de manzana que acompañaron con champagne.

Conocida su victoria, Menem y Duhalde salieron a saludar al balcón. Mire mire qué locura, mire mire qué emoción, Carlos Menem presidente porque lo ordenó Perón, le cantaban sus seguidores. El Turco anticipó su lema de 1989: “Vamos a hacer la revolución productiva, vamos a hacer la revolución industrial.” Recitó versos del poeta Walt Whitman y después pidió “mucho amor”. “Por los niños, por los trabajadores, por los ancianos, por las compañeras, por nuestra patria, por Latinoamérica. A seguir triunfando”, proclamó.

Cafiero reconoció la derrota con los ojos húmedos. Ese día estaba muy engripado, pero también abatido. “En la intimidad se notó siempre su dolor tras haber acariciado la presidencia”, señaló Campolongo. Grosso y Manzano, los puristas de la Renovación, fueron a saludar al ganador la misma noche de la elección. En poco tiempo, casi todo el cafierismo se hizo menemista.

La interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero
La interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero

Por Maia Jastreblansky para La Nación

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