La economista que dejó la ciudad y armó un emprendimiento a 2684 metros de altura en Chilecito

En el medio de las montañas en Chilecito, La Rioja a 2684 metros de altura, Cecilia Martínez (32) encontró su hogar. Llegar hasta su refugio implica manejar una hora entre sinuosos caminos off road, no aptos para impresionables y recomendados para los fanáticos de la adrenalina, los fierros y la aventura. Solo se accede en 4×4 y el trayecto tiene curvas extremadamente cerradas, arroyos y precipicios que no dejan de obnubilar a quienes se animan a mirar, aunque sea de reojo, por la ventana.

Para quienes aman los desafíos y la buena gastronomía, es una parada obligatoria y una opción atractiva para pasar una noche en un lugar mágico donde reinan el silencio y las estrellas.

“Las Placetas”, es una casona rústica de piedras larga, finita y en forma de “L” con galerías cálidas. En el centro, hay un enorme jardín con reposeras y un mirador de madera con vistas panorámicas. En invierno, la nieve lo tiñe de blanco y el frío hiela hasta los huesos. Por el contrario, en los meses de verano el calor es abrumador. “Acá recibimos a grupos de amigos y familias que buscan alejarse de la ciudad y conectar con lo simple, con la naturaleza”, explica Martínez a La Nación.

Cumplir los sueños

Concretar los sueños no siempre resulta fácil: implica coraje y convicción. Y Martínez tiene todo eso. Vivía en Capital Federal, donde estudió Ciencias Económicas y tenía un trabajo estable en un banco de primera línea. Frente a ese escenario, que a simple vista parece perfecto, la joven una insatisfacción latente. “No me preguntes por qué, pero desde chica siempre tuve el sueño de vivir en la montaña”, reflexiona.

Y, precisamente esa pasión fue el puntapié inicial para incursionar en el montañismo. “Me empecé a meter cada vez más en este apasionante mundo, me capacité y arranqué a escalar y ascender”, cuenta la economista que desde la mayoría de edad pasaba sus veranos en la montaña.

Pero las vacaciones terminaban y había que volver a la realidad. Sumida en su rutina diaria, que según cuenta la hacía en piloto automático, esa “loca idea” de dejarlo todo e instalarse lejos de la capital, aún era una simple y tentadora ilusión. Sin embargo, y aunque pueda sonar cliché, finalmente el quiebre en su vida llegó cuando cumplió 30, fecha que coincidió con el inicio de la pandemia. El cambio de década llegó con un sinfín de replanteos existenciales: “Me preguntaba todo el tiempo por qué estaba en mi trabajo y si la vida que llevaba era la que quería”.

Coincidencias

A veces, las vueltas de la vida llegan en el momento oportuno. Sucedió que, en 2019, en uno de sus tantos viajes de aventura, esta vez en la provincia de San Juan, conoció a Mariano, un guía de montaña e instructor de escaladas sanjuanino. El flechazo fue inmediato, pero por cuestiones laborales y sobre todo de distancias, la relación no perduró, aunque cada tanto se cruzaban algún mensaje. Sin embargo, pasado el año y cuando de a poco se empezaba a hablar del Covid, ambos se reencontraron en una excursión: “De un día para el otro me ofreció sumarme a una travesía que él guiaba, un programa de diez días durmiendo en carpa. Y…. ¿podés creer que fui? Me mandé sola, me la jugué”, cuenta Martínez entre risas. “Fue una gran decisión porque desde ese momento nunca más nos separamos”, confiesa.

Y para su sorpresa, dos meses después, Mariano le propuso mudarse a Chilecito. Casi sin pensarlo, dejó todo para lanzarse a esta aventura. La idea era ocuparse de una propiedad que ya casi no tenía uso, para potenciarla y convertirla en hospedaje y restaurante. “Renuncié a mi trabajo, rutina, amigos, familia y fui detrás de mi sueño”, dice Martínez y recuerda: “Fueron años de soñar con vivir en la montaña, no tenía muy claro cómo lo iba a hacer, pero definitivamente era una asignatura pendiente y, cuando menos lo esperaba se me dio”.

El refugio

Ambos se pusieron manos a la obra y en plena pandemia –en agosto de 2020- inauguraron “Las Placetas”. Con una inversión de U$S 80.000, y un contrato de alquiler por diez años, reacondicionaron el espacio y armaron habitaciones con baños privados.

La doble cuesta alrededor de $20.000 la noche y la séxtuple con camas individuales, $18.000. Reciben huéspedes durante casi todo el año –con la excepción del mes de junio y desde el 18 de diciembre hasta el 8 de enero- tanto para dormir como para almorzar o tomar el té, siempre con reserva previa, ya que el espacio tiene una capacidad máxima de 25 personas.

Cuentan con un equipo de cuatro personas que viven y trabajan ahí y con la companía de Negro, un border collie de siete años experto en guiar a los turistas por los caminos de la zona, Apu, un cachorro juguetón de apenas un año y una oveja.

“Como bajar y subir es difícil, nos turnamos para ir al pueblo y comprar la mercadería. Por lo general, cuando descendemos nos tomamos dos días y después volvemos a subir”, explica la joven emprendedora.

Desde la inauguración, ya pasaron un total de 4000 personas y para ofrecer un servicio de primera calidad, Martínez decidió estudiar gastronomía a distancia. Hoy, a cargo de la cocina, deleita con sabrosos platos regionales como las empanadas y la humita. Mariano, en cambio, se ocupa del fuego y es considerado un gran asador. “Esta experiencia potenció mis habilidades sociales, todos los días conozco gente nueva que te deja enseñanzas y anécdotas”, reflexiona la emprendedora.

Y si bien asegura que al principio esta mudanza parecía color de rosas, “no puedo negar que también tengo altibajos: conectarse con uno mismo está buenísimo, pero también afloran un montón de cosas como miedos e inseguridades”, reconoce. De todas maneras, hay que resaltar que en este cambio de vida, Martínez aprendió a vivir con lo simple, a conectarse con ella misma y a apreciar la vida desde otro lugar.

Por Melanie Shulman para La Nación